¿A dónde vas, Bush?

En las vacaciones de verano de 1991 fui a visitar a mi tía a Uruguay como todos los años. En unos meses cumpliría diez años. La magia del verano y la libertad de las vacaciones volvían a enero el mes más divertido.

Ese enero en particular me divertía mucho andando en auto con mi tía. Ella insultaba en el tránsito como un camionero malhumorado, pero enseguida daba vuelta la cabeza hacia mí y, como si se tratara de dos personas distintas, me hablaba de cosas interesantísimas con voz dulce.

Era época de la Guerra del Golfo y a mi tía se le había ocurrido un insulto de tránsito genial: “¿A dónde vas, Bush, tan apurado? ¿Te sigue Saddam?” Después mi tía volvía la cabeza hacia mi asiento y me explicaba, con voz dulce, qué cosa era la Guerra del Golfo y me enseñaba quién era Sartre y Onetti y tantas cosas interesantes. Esa dualidad me divertía tanto que se convirtió en el juego oficial del verano.

Un día íbamos por la Rambla y una moto pasó a toda velocidad. “¿A dónde v…?” No la dejaron terminar su gracia. Unos segundos después nos rebasó otra moto igual de rápido. “Te sigue Sad…” Inmediatamente atrás venía un auto negro, inmenso, rarísimo, con los vidrios negros, venía rápido pero se detuvo cerca de nosotros. Las motos regresaron a toda velocidad y se pusieron a los lados del auto. “¿A dónde vas, Bush, tan apurado? ¿Te sigue Saddam?” La ventanilla del auto se bajó unos pocos centímetros y un señor nos miró con una mezcla de desprecio y curiosidad. Mi tía se puso blanca como un papel y siguió su marcha repitiendo “Mierda… mierda”.

Yo miré para atrás y el auto, sus dos motos y otras más que venían detrás y no habíamos visto, finalmente doblaron y se metieron en la embajada de Estados Unidos.

Este post es parte del blog: Nadie encendía las lámparas