Todo puede salir bien (Quilmes Rock 2012)

No quiero exagerar pero la llegada de la tormenta sobre la cancha de River me hizo acordar a la secuencia final de Los Cazadores del Arca Perdida, cuando los nazis abren el cofre con la tabla de la Alianza hecha polvito y nace del cielo el torbellino horrible que daría entrada a los ángeles de la muerte. Algo así. Los Arctics Monkeys le venían dando duro desde hacía como media hora arriba del escenario del Quilmes Rock cuando se levantó un viento muy fuerte y los rayos empezaron a destellar fuera de compás.

Alex Turner, frontman de los Arctics, enajenado en su guitarra, empujaba a la banda cada vez más arriba sin dejar que el viento –que a esa altura se llevaba puesto los techos de lona de los accesos– moviera un pelo de su notable jopo.

Si bien yo estaba en el campo, palmeando alegremente, apenas sentí una gotita golpear mi mejilla salí disparado a la primera bandeja de la cabecera del estadio, bajo techo. Cuando empezaron a volar objetos a los que la gravedad les había dado otro lugar en la naturaleza, el movimiento del público se duplicó. En el medio del diluvio se podía ver gente empapada tapándose cándidamente con una pequeña mochila o cubriéndose la cabeza con un buzo mientras se acercaba a la platea, sacrificando la cercanía al escenario. Aunque la foto del día fue para aquellos pioneros que interpretaron que la mejor forma de proveerse cobertura estaba al alcance de la mano y empezaron a levantar las placas plásticas que protegían el césped. En un momento existió la sospecha de que se armaría un nuevo campo, suspendido sobre las cabezas del público.

Cada vez llegaba más gente a refugiarse en la zona techada. Muchos exprimían sus remeras como se hace antes de tenderlas en una soga al sol pero, en este caso, solo para volver a ponérselas. Sin dar tregua, el viento comenzó a soplar en todas las direcciones, metiendo su lengua entre las bandejas. Los pilotines plásticos descartables se movían descarriados. Ni siquiera en la zona más reparada se podía accionar los encendedores o prender fósforos. Una chica comía, con cara de resignación, un Mantecol casi desecho por el agua. Era difícil mirar el escenario, la lluvia por momentos pegaba de frente. Las risas iniciales, las humoradas, se apagaron rápido y el desasosiego comenzó a cundir. “Por favor, que no suspendan los Foo Fighters que me corto las pelotas”, dijo un flaco de barba, cerca mío, poniendo en crisis la buena onda que se mantenía a flote. Pero los monos árticos, tocando sin solución de continuidad, arremetían con “Fluorescent Adolescent” y el rocanrol se hacía carne en todos esos valientes que, atornillados en el campo y las plateas altas, enfrentaban el agua, el viento y hasta bailaban. Ellos, héroes, nos hacían sentir más burgueses y más atormentados que nunca. “Uh, se cagaron las luces con la lluvia”, dijo alguien de por ahí cuando terminaron los Arctics. Todo el mundo empezó a buscar con la mirada los indicios de semejante amenaza.

Había movimientos sospechosos en las torres y las luces del estadio no se apagaban nunca, como para dar entrada a la banda. Era un mal indicio.

Luces rotas, el escenario inundado, la pilcha mojada, el frío, la lluvia insistente, ¡los encendedores que no funcionaban…! Pero en el momento más impensado salieron al escenario los Foo Fighters y arrancaron directo con “All my life”. Las luces seguían encendidas, logrando una de las entradas más raras en la historia del rock de estadios. Las masas bajaron más rápido que ordenadas a sus puestos iniciales y estalló la alegría al ver cómo ese Thor morocho que es Dave Grohl empuñaba su Gibson celeste para cambiarle la cara a la tormenta, que se mudó del cielo al mismísimo escenario en dos compases. “Me gusta que no anden las luces del escenario, así puedo ver los movimientos de cada uno de ustedes”, dijo Grohl haciendo de la necesidad, virtud. Después, más de lo mismo: pared de guitarras y energía en su estado más buena onda para montar un show delirante de más de dos horas y media, a puro cabeceo y cuernitos al cielo (y con luces del escenario reparadas). “A veces, cuando las cosas vienen mal es cuando terminan saliendo mejor”, tiró el ex Nirvana cerca del cierre y le terminó de volar la cabeza a un público que, en un lugar de su corazón, sabía desde el comienzo que siempre que llovió, paró. Y hasta volvieron a funcionar los encendedores.

Este post es parte del blog: La pierna de mi abuela