Gustavote

Por Mario Sanchez

Estimados lectores. Están a punto de leer una historia absolutamente imaginaria, que transcurre en un país imaginario en un tiempo también imaginario. Cualquier parecido entre los personajes que la protagonizan y personajes públicos, quiere decir que estamos pensando en las mismas personas...

Cuando se casaron mis amigos Humberto y María, me llamó la atención el BMW estacionado primero frente a la iglesia y luego en la cuadra de la casa de los padres de María, donde se hizo la fiesta. No era común ver uno de esos modelos en ese entonces. En un momento de la fiesta, Humberto, sandwich de miga en mano, se me acercó y me señaló a un señor alto y canoso. “¿Lo conocés?”, me preguntó. Lo miré pero francamente sus facciones no me resultaban familiares. “¿Viste ese muchacho que jugó un amistoso para el equipo de Pedrozzi a pesar de no ser jugador profesional?” Esa historia la conocía. Había causado un gran revuelo porque a pesar de haber sido un amistoso, los jugadores no federados no podían alternar con los profesionales. “Es el novio de mi prima Anita”, agregó Humberto.

Gustavo y Analía (Anita para quienes bien la conocíamos) trabajaban juntos en el Banco Republicano. Gustavo soñaba con mejorar su posición económica. Él estaba para cosas más importantes que ese oscuro puesto contable. Ella, simplemente soñaba.

Él estaba separado, tenía una hija y había pasado los 30. Ella tenía el empuje de sus poco más de 20.

Él la invitó a salir. Ella aceptó y cayó cautivada por su prosa.

Él era amigo de Pedrozzi, conocido jugador de fútbol de la época. Y Pedrozzi, gracias a sus buenos desempeños deportivos, un día se encontró con una importante cantidad de dinero en sus manos. Eran tiempos de dólares en tablita, plazos fijos, oro, etc. No sabiendo qué hacer lo fue a ver a su amigo Gustavo. Si trabajaba en un banco, sabría recomendarle qué hacer para que ese dinero se valorizara aun más. Y vaya si lo hizo.

La fama de Gustavo comenzó a crecer entre los jugadores vernáculos. Primero fueron los compañeros de Pedrozzi y luego lo iban a ver de otros equipos. Como Gustavo canalizaba muchas de las inversiones a través del banco donde trabajaba, le dieron un puesto gerencial y él no tardó en nombrar a Analía como su secretaria. También hizo entrar a trabajar a Miriam, la hermana menor de Analía.

Pocos meses después del casamiento de mi amigo, el ambiente futbolístico se conmovió. El equipo de Pedrozzi había comprado el pase de Daniel Alejandro Badalona, al que todos señalaban como quien iba a ser el mejor jugador de todos los tiempos. Y Badalona, no tardó en recurrir a los servicios de Gustavo para administrar sus finanzas. Era el salto que le faltaba. Y no solo los unió un vínculo comercial. Se fue forjando una gran amistad que se vería truncada muchos años después por causas que no vienen al caso mencionar. Pero que mientras duró, los tuvo como símbolo de la amistad entre dos hombres. El Daniel, como todo el mundo lo conocía, popularizó a Gustavo como “Gustavote”.

Sin embargo, Gustavo y Analía llevaban una vida sencilla. La familia de ella lo adoraba y él respondía sin dobleces a esa devoción. Cuando Jorgito, el hermanito de Analía, cumplió 12 años, Gustavo llevó de invitado al “Díscolo” Perry, el arquero del equipo donde jugaban Pedrozzi y Badalona, y este entró a la fiesta con un hermoso reloj de oro como presente para el homenajeado.

También en las malas, Gustavo se hacía presente. Cuando falleció el padre de Analía, él se hizo cargo de todos los gastos.

Y llegó el día en que quisieron irse a vivir juntos. Pero la madre de Analía puso una sola condición. Ella era muy católica y no iba a permitir que su hija viviera en concubinato. Debían casarse. Lo que no era una tarea fácil. En aquellos tiempos no existía el divorcio y la única manera de que Gustavo y Analía se casaran era haciéndolo vía México o Paraguay. Tuvieron que esperar que llegaran los papeles para poder concretar su anhelo. Mientras tanto...

Ese verano Gustavo viajó a la costa por motivos vinculados con los torneos de fútbol de enero. Analía, en Buenos Aires, trabajaba y leía revistas. Y en una de esas revistas vio unas fotos que le helaron el corazón. En la playa se los podía ver a Gustavo y a la conocida vedette, Analía “Sojita” Rodríguez, charlando animadamente. En el epígrafe una palabra entre signos de pregunta: “¿Romance?”

Esa noche Analía lo llamó llorando al hotel donde se hospedaba. Gustavo se esforzó por explicarle que habían coincidido en la playa, que habían charlado unos minutos y que todo lo demás era un invento de la revista para vender más. Que para él no existía otra mujer y era con quien pensaba casarse. Analía eligió creerle.

La temporada siguió avanzando y cada vez eran más las fotos y más las revistas que hablaban de lo que ya todos coincidían en llamar “el romance del verano”. Y cada noche Gustavo insistía en tratar de tranquilizarla a 400 km de distancia.

Cuando el otoño ya se vislumbraba en el horizonte, llegaron los papeles. Y Gustavo y Analía se casaron. Se tomaron unos pocos días como luna de miel, los que las actividades de Gustavo les permitieron, y se fueron a vivir juntos.

Una de las primeras cosas que Gustavo le pidió a Analía fue que renunciara al banco. Ahora que eran formalmente marido y mujer no quedaba bien que también fueran jefe y secretaria. A ella no le importó. Lo que ganaba él, tanto en su puesto jerárquico en el banco como por las comisiones que le pagaban los jugadores, por administrar sus finanzas y también por ser su representante, era más que suficiente para que ellos pudieran vivir y tener todos los hijos que quisieran. Analía era inmensamente feliz y se reía de todos aquellos que seguían pensando que Gustavo y “Sojita” eran pareja.

No hacía mucho que habían formalizado su casamiento vía México cuando Gustavo le dio una certera puñalada al corazón. Le confesó que todo lo que se decía de “Sojita” y él era absolutamente cierto y que, en consecuencia, procedía a pedirle la separación.

Analía se quedó con el BMW y el lujoso departamento. Los que, al poco tiempo, tuvo que malvender por la necesidad de dinero. Sin trabajo y en un mal momento para conseguir uno, Analía fue consumiendo el producto de la venta. Aprendió a hacer artesanías y sobrevivió como pudo con eso.

Mientras tanto, la historia de Gustavo es conocida. El embarazo de “Sojita”, su relación con “el Daniel” que lo llevó a radicarse en Europa, sus problemas con la justicia, etc.

Antes de llegar a los 50 años, su afición por el cigarrillo acabó con la vida de Analía. Un pertinaz cáncer de pulmón con el que luchó intensamente hasta que sus fuerzas no pudieron más. Murió en la pobreza, solo ayudada y sostenida por su familia.

Fin

N de R

En esa época, este editor pasaba largas horas charlando a solas con Sojita y sin poder dejar de mirarle esos hermosos ojos que la habían convertido en primera figura del vedettismo argento, mientras Gustavo mantenía importantes reuniones para conformar a sus representados. Y luego la soñaba despierto.

 

Mientras tanto, él fuma bajo el agua.