El bosque de mi barrio

Yo solía pasar tardes enteras bajo las sombras de un pequeño bosque de imponentes eucaliptus que hay detrás de la estación de trenes de Villa Bosch. Leyendo libros, tomando mate, discutiendo temas sin importancia con amigos o viendo el tren pasar, yo disfrutaba de esa porción de naturaleza, la más histórica y vital de mi barrio fundado hace unos 60 años por un tal José María Bosch. Esos eucaliptus son la máquina que suministra aire puro a todos los vecinos y que emana historia desde sus raíces. Tengo muchas anécdotas que se vinculan con los eucaliptus, y estoy seguro que la mayoría de los habitantes de Villa Bosch podría aportar sus historias también, tanto actuales como de los orígenes del pequeño barrio que años atrás estaba formado por algunas manzanas que rodeaban la estación de tren.

El tiempo pasa, la gente cambia y las obligaciones se multiplican. Últimamente no visité a los eucaliptus tanto como en épocas pasadas. Pero eso no aplacó el dolor que sentí cuando me enteré que ese conjunto de históricos árboles estaba por desaparecer.

Al parecer, me había estado acostando a leer libros bajo la sombra de eucaliptus que estaban dentro de un terreno que hacía ya quince años tenía dueño. Lo que siempre consideré como la tierra más representativa de mi barrio, la que me recibe con una hermosa vista cuando vuelvo harto del trabajo y por eso considero “tierra de todos”, era propiedad de una persona. Pero lo que encendió la hoguera en mí fue bajarme un día del tren y ver un muro gigante encerrando a los eucaliptus, sinónimo de una futura construcción en ese espacio, lo que implicaría la tala de los árboles.

No tardé en comunicarlo a las personas con quienes me iba encontrando, hasta que me topé con un grupo organizado de gente que se había enterado antes que yo de esta noticia y estaban haciendo correr la voz por distintos medios de comunicación para poder intervenir en el asunto.

Fue así que se organizó una manifestación multitudinaria, popular y totalmente pacífica por las calles de mi barrio. Lo que se vio esa noche fue una postal magnífica. Las mismas cuadras que camino todos los días para llegar a mi casa estaban ahora repletas de gente autoconvocada, de todas las edades, compartiendo un mismo objetivo: Ser escuchados. Abuelos con sus nietos, explicándoles lo que significaron para ellos esos eucaliptus.

Grupos de adolescentes reclamando su tierra con euforia. Vecinos que no estaban enterados, indignados por la noticia que se les comunicaba. Familias completas, cantando y haciendo ruidos con cualquier objeto que tuviesen. Jóvenes con sus instrumentos, musicalizando el pedido del barrio.

Ya pasó una semana de la primera gran manifestación que se vio en el barrio. Y me encuentro volviendo, como todos los días, en tren desde mi trabajo. Pero ahora me siento un poco más satisfecho que ayer al encontrar sobre el muro construido en el espacio de nuestros eucaliptus un
cartel advirtiendo “Obra suspendida”. Eso incentiva a cada vecino a seguir luchando para recuperar ese espacio que nos pertenece, esa naturaleza necesaria, ese histórico pulmón de mi querido barrio. Tomo esto como si estuviésemos un paso más cerca de la recuperación de nuestro pequeño, aunque apreciado y necesitado, bosque de eucaliptus.

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