La preguntita

¿Todos los día tenés que hacer los flashes?, dispara mi hija, la misma pregunta que ya han disparado mi mujer y mi hijo antes de hoy, unas cuantas veces. Y yo les digo que sí. ¿Y porqué? Y... sería largo y difícil de explicar.

Tal vez en un inicio la respuesta era más clara, más certera: porque me gusta. Y punto. No había mucho más que eso. Era un placer para mí hacerlo. Había una comunidad grande de gente atrás. Yo podía entrar cada día y meter mis cincuenta comentarios, que me mantenían en contacto con todo el mundo. Y me sentía parte de algo grande y difícil de comprender para el resto de ajenos observadores de esta realidad virtual.

Pero eso se terminó hace ya mucho tiempo. Poco a poco los flasheros se fueron desmembrando. Casi sin despedirse, o sin hacerlo del todo, muchos fueron desapareciendo. Trabajo. Limitaciones de acceso. Corazones rotos. Aburrimiento. Otros con motivos desconocidos y seguramente igual de válidos. Todas razones aceptables, sobre todo cuando uno no le debe ninguna responsabilidad a nadie. Todos fueron y son libres de irse y volver cuando tengan ganas.

Pero no todos tienen esa libertad. No la tenemos los que abrimos la puerta de este tugurio cada vez más oscuro. Porque, aunque parezca mentira, uno siente la responsabilidad de seguir abriendo para esos pocos que siguen en contacto. Porque siente que sin este "bar", esos pocos que permanecen llamándose a sí mismos "flasheros", no tendrían donde encontrarse a tomar unas copas.

Porque hay gente que está lejos y los necesita. Porque hay gente que está cerca y los necesita igual.

Por eso, cuando suena la condenada preguntita, la respuesta sigue siendo SI, aunque las razones no sean las mismas de antaño.

¿Les sirvo otra vuelta?