Pegame y llamame Mel

Los actores hacen casi cualquier cosa para que no los encasillen en un rol, pero no hay caso. El público, nosotros, los encasillamos. Por ejemplo, Tom Hanks: mi amigo Pablo dice que siempre hay que andar rescatándolo. "Rescatando a Tom Hanks" sería un buen título para su biografía. Lo rescataron en Apollo XIII, La Terminal, Náufrago. Con buena voluntad, también podemos agregar Sintonía de Amor, Filadelfia y Forrest Gump a la lista.

Igual, todo bien con Tom. Salvo cuando se planchó el pelo para la garompa de Dan Brown. El que me preocupa a mí es Mel Gibson. Y no ahora, que está mal de la cabeza. Me inquieta desde antes, desde mediados de los ‘80. Creo que, de cada tres películas, en una lo torturan. Arma Mortal, Corazón Valiente, esa otra en la que se pone paranoico y actúa Julia Roberts. Además de la tortura psicológica, en El Patriota le matan a dos hijos, en Al Filo de la oscuridad asesinan a la hija, en Señales a la esposa y en Ransom le secuestran al hijo. Ni hablar de Million Dollar Hotel que es una tortura para los espectadores, Apocalypto que está dirigida por alguien a quien le falla la cabeza, y La Pasión de Cristo que es lo más morboso de la historia del cine.

Me llama la atención la relación entre la tortura y el cine. Hasta hace algunos años, sólo los muy pero muy malos torturaban. A partir del 2003 todo cambió. Ahora los malos torturan por placer, mientras que los buenos lo hacen por el bien común. "Si el terrorista no nos dice donde está la bomba, morirán mujeres y niños... ¡torturémoslo!" Es increíble, pero todos torturan. Hasta en Lost torturan. En la primer temporada, Sayid le saca las uñas a Sawyer para que le dé los medicamentos a la china. Y nos hacen creer que está bien. Es tremendo el poder que tiene el cine para cambiar la mentalidad de la sociedad. Quizás, si Hollywood dedicara menos tiempo a la tortura y más a cierta solidaridad, estaríamos mejor. Pero eso no vende. Y acá, lo que importa, es el cash. Pensá en verde.

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